Sus primeras actividades contra la penetración colonial le llevaron a la cárcel en 1915. Pero fue en 1921, convertido ya en el máximo dirigente anticolonial de Marruecos, cuando organizó la sublevación general del Rif; las tropas españolas, derrotadas en Annual, hubieron de replegarse, mientras Abd-el-Krim se erigía en emir de un territorio independiente.
Al extender sus ambiciones a la parte de Marruecos bajo dominio francés, provocó el entendimiento contra él entre las dos metrópolis europeas. La contraofensiva hispano-francesa, a partir del desembarco de Alhucemas (1925), llevó a la derrota de los rifeños en 1926. Viéndose próximo a caer en manos de los españoles, se entregó a los franceses tras ejecutar a todos los prisioneros de aquella nacionalidad; este último acto de guerra no hizo sino acrecentar la imagen de Abd-el-Krim como hombre cruel y sanguinario, imagen basada en las formas de lucha propias de las tribus rifeñas, pero exagerada en España por el odio al enemigo y por el secular desprecio hacia las poblaciones norteafricanas.
Por acuerdo entre las autoridades coloniales españolas y francesas, Abd-el-Krim fue deportado a la isla de Reunión, colonia francesa en el océano Índico, en donde permaneció hasta 1947; en aquel año, autorizado por el gobierno francés a trasladarse a la metrópoli, consiguió escapar durante una escala en Port Said del barco que le transportaba, acogiéndose a la protección del rey egipcio Faruk.
Mantuvo su lucha desde el exilio contra la dominación colonial hasta 1952, poco antes de la independencia total de Marruecos (1956); a pesar de los honores que le concedió el primer rey de Marruecos, Mohammed V, rehusó volver a su país y permaneció en Egipto hasta su muerte, convertido en un símbolo del nacionalismo árabe.
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