En la desapacible noche del 29 de marzo de 1906 zarpó del puerto de Santa Cruz de Tenerife el empavesado trasatlántico Alfonso XII, convertido en crucero auxiliar, hacia la Isla de San Miguel de La Palma. A bordo viajaban el joven Rey Alfonso XIII (hijo del monarca que daba nombre al buque) y su amplio séquito. En él se encontraba su hermana la Infanta María Teresa y su esposo el Infante Fernando de Baviera. También el Ministro de la Gobernación, Guerra y Marina. Debido al mal estado de la mar, se optó por cambiar el rumbo y se dirigió al Puerto de la Luz. Desde aquí salió a las 11 de la mañana del 3 de abril a la preciosa capital palmera, llegando al atardecer del mismo día. Fondeó el barco lo más cerca posible de tierra, cerca del actual muelle, no muy lejos de donde lo hicieran sus escoltas, el cañonero Alvaro de Bazán y el yate real Giralda
El desembarco del soberano estaba previsto para las 9 de la mañana del día siguiente, pero nuevamente la climatología volvió a ser adversa y unas amenazadoras nubes aconsejaron que permaneciera a bordo. Mientras el tiempo mejoraba, el monarca se entretuvo haciendo ejercicios de tiro de pichón. Finalmente llegó el momento esperado. La muchedumbre aguardaba expectante. Una vez que la lancha de motor dejó al rey en el desembarcadero el gentío le dispensó un caluroso recibimiento. Subió a un coche de caballos en el que también viajaba el alcalde Federico López Abreu. Un testigo afirmaba que “Su Majestad, siempre sonriente, no se daba punto de reposo, revelábase la emoción de que estaba poseído, aplaudía con frenesí, saludaba con la teresiana o con las manos, agitaba el pañuelo…” Aunque su estancia fue muy corta, la regia visita fue muy bien aprovechada, y siempre arropada por varios miles de personas que lo ovacionaban desde todos los rincones de la ciudad. Visitó el templo de El Salvador, donde entró bajo palio, y participó en un Tedeum. También entró en el ayuntamiento, la recova, el museo de La Cosmológica, el Teatro Circo de Marte y la sede del Nuevo Club Náutico. No faltó también la visita al acuartelamiento del Batallón de Cazadores de La Palma, sito en el Cuartel de San Francisco. Fue en ese instante cuando cayó un inmenso aguacero que no arredró al joven rey. Allí Alfonso XIII pasó revista a las tropas que le rendían honores, bajo una lluvia que no cesaba. Ya por la noche, varios botes de pesca rodearon el buque real y le obsequiaron con numerosos cantos de la tierra.
El esperado día había llegado. Era un día desapacible, lluvioso y la calle Real, que había sido allanada con arena para que los carruajes del séquito real pudieran maniobrar y rodar con elegancia y rapidez, se había convertido en un lodazal. Sin embargo, entre las paredes de la Sociedad todo estaba preparado, reluciente, espectacular… Algunas fotografías conservadas de aquellos salones hablan por sí solas. La mansión- antigua casa del mayorazgo Fierro-Espinosa- iba a ser testigo de una de las más importantes efemérides de toda su historia. Suponemos que el nerviosismo se palpaba por doquier. Arduas horas de preparación intramuros que no iban a impedir que las condiciones meteorológicas adversas del exterior mermaran tanta ilusión. El esfuerzo, el interés, el agotamiento… debían tener por fuerza otro premio.El día había llegado y la muchedumbre abigarrada y apretujada a lo largo de la mojada y enramada calle Real ya vociferaba. El Rey estaba llegando. Las últimas carreras, los últimos suspiros… y, luego, la calma. La suerte estaba echada y ya se habían cuidado todos los detalles, por lo que nada podía fallarles. El mal tiempo no podía deslucir la gran celebración que tantos quebraderos de cabeza y gastos habían dado a los organizadores… a tanta gente…
Los amplios salones de la recién inaugurada sociedad Nuevo Club se preparaban para albergar al primer Rey de España que, en toda la historia, iba a visitar La Palma. Era el primer monarca español que visitaba todas y cada una de las islas Canarias en un mismo viaje. Un gran honor. El nombre de la sociedad tendría que asociarse ya, indiscutiblemente, al histórico acontecimiento. Existía, eso sí, algo de decepción, puesto que, a diferencia de los sucedido en Santa Cruz de Tenerife con el Club Tinerfeño, no le había sido posible participar en el traslado del Rey a tierra en uno de sus botes, que había sido primorosamente preparado al efecto.La casa se hallaba magníficamente decorada y amueblada. La zona noble había convertido en un fastuoso salón del trono. En él tendría lugar la recepción en el que le cumplimentarían las numerosas autoridades, cónsules, jefes y oficiales del ejército. Las muchachas ataviadas con los trajes típicos también aguardaban impacientes y también una representación de estudiantes, comisiones de otras sociedades y parte del público elegido.Fue muy poco el tiempo que el monarca permaneció en el local social. Se reafirmaba así la referencia socio-cultural de gran prestigio de esta Sociedad. Así lo era ya antes de tener lugar el evento que ahora celebramos, pero ésta ha sido una de sus experiencias más importantes y relevantes. Tengamos en cuenta que a esta sociedad pertenecían casi “obligatoriamente” las clases nobles y de abolengo, las clases llamadas “altas” o de “élite”, así como los personajes más relevantes de la época y en ella tenían lugar los acontecimientos sociales más lucidos y recordados. La visita real fue, por tanto, la coronación y la materialización de un anhelo largamente esperado.Se había habilitado la alcoba real con un juego de cama expresamente bordado para la ocasión por unas artesanas palmeras e incluso se le había colocado un orinal de oro. El edificio lucía sus mejores galas. Importantes familias habían cedido numerosos muebles, tapices, alfombras y diversos enseres para revestir salones, escaleras y resto de la mansión. Como anécdota se recuerda que fue comprada una preciosa cristalería bellamente tallada. También se conserva la carta remitida por Nicolás de las Casas al alcalde López Abreu, con noticias sobre una alfombra destinada a los arreglos con motivo de la visita regia, fechada el 20 de marzo de 1906. Precisamente un día después, el ayuntamiento había hecho un llamamiento dirigido a los miembros de la comisión nombrada para el arreglo de esta casa, inicialmente preparada para que allí se hospedara Su Majestad. Previamente, el 10 de marzo, se había hecho una convocatoria para tratar el arreglo de las casas que habían de servir de alojamiento real. Finalmente se optó por la mansión que nos ocupa.En esa visita se le concedió al soberano la Presidencia de Honor de la Sociedad, tras lo cual ésta recibe el otorgamiento de “Real”. Tratamiento especial que confirmó nuestro actual monarca don Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII, cuando muchos años después también visitó el noble inmueble. Allí fue también recibido con todos los honores, almorzando en el salón principal, el mismo que había visitado su augusto abuelo.Aún se conserva el retrato del soberano. Una fotografía dedicada por el propio rey que fue salvada de sucumbir en dos incidentes. Por un lado, el día de la proclamación de la II República y por otro del incendio de 1954.
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