martes, 11 de mayo de 2010

La ofensiva del TET


No nos engañemos con los tópicos de Hollywood: en 1967 los americanos y sus aliados estaban ganando la guerra al Viet Minh. En consecuencia los informes militares eran francamente optimistas, y el Presidente Lyndon B. Johnson recorría los Estados Unidos asegurando que la guerra se estaba ganando poco a poco y que era cuestión de tener un poco de fe y de paciencia. En este contexto triunfalista, sin embargo, los soldados más avezados podían muy bien augurar que el mayor peligro era precisamente que los norvietnamitas lanzaran un ataque masivo a la desesperada en un último intento de darle la vuelta a la situación. El Jefe del Estado Mayor, general Earle Wheeler, el 18 de diciembre de 1967, dos días después de conmemorar el 23 aniversario de la Batalla de las Ardenas, advirtió al público americano que de igual manera que los nazis habían lanzado aquel ataque desesperado final, quizá los comunistas tramaran una ofensiva similar. La advertencia de Wheeler pasó desapercibida para el público general, inmerso como estaba en los cánticos de victoria de los comunicados cotidianos. Sin embargo el equivalente vietnamita de las Ardenas sería conocido por la Historia como la Ofensiva del Tet.

Ofensiva General


Así la llamaron los norvietnamitas, porque el estratega supremo de Vietnam del Norte, el general Vo Nguyen Giap, ministro de Defensa de Ho Chi Minh, confiaba en que una ofensiva general provocara paralelamente una insurrección general
En 1967 lo llamaban “búsqueda y destrucción”. Las tropas norteamericanas se repartían por todo Vietnam del Sur en campamentos fortificados, y entre unos campamentos y otros el terreno era recorrido día tras día por patrullas de infantería cuya consigna era: búsqueda y destrucción. Recorrían salvas, arrozales, senderos… hasta tomar contacto con el enemigo, lo que habitualmente suponía caer en una emboscada y sufrir algunas bajas. Pero acto seguido desencadenaban el infierno sobre los guerrilleros vietnamitas. Por radio pedían apoyo artillero y los obuses comenzaban a caer con precisión mortífera sobre las coordenadas señaladas. La aviación, que mantenía permanentemente en el aire cazabombarderos armados, hacía acto de presencia en cuestión de minutos. Y pronto llegaban más tropas en helicóptero: era el “envolvimiento vertical”. Unidades de infantería helitransportadas tomaban tierra en todo el perímetro en torno a la posición del enemigo, y comenzaban la cacería. Un general norvietnamita confesaría a los norteamericanos tras la guerra: “Con sus helicópteros ustedes podían atacar en profundidad a nuestra retaguardia, sin previo aviso. Fue muy efectivo”.

Los americanos no sólo usaban los helicópteros Huey para ocupar cualquier área (o evacuados, según la situación), sino que contaban además con los helicópteros artillados Cobra, verdadera artillería volante capaz de proporcionar apoyo directo en cualquier momento.
Si los guerrilleros Vietcong , a la desesperada, optaban por plantar cara a los americanos y hacerse fuertes en algún punto, entonces su situación se volvía todavía peor: llegaban los B 52, bombarderos estratosféricos proyectados para el bombardeo nuclear intercontinental, volaban a tal altura que eran invisibles e inaudibles desde tierra, cada uno de ellos podía descargar hasta 28’5 toneladas de bombas, y saturaban de explosivos cualquier parcela de selva, por extensa que fuera. En vehículos de tierra los americanos contaban con el tanque medio Patton M48A3, un potente carro de combate desarrollado a partir de los tanques de la SGM para desenvolverse en las llanuras europeas, pero en Vietnam demostró poseer una notable capacidad como “revientajunglas” en el avance campo a través.



Pero la estrella indiscutible era el ACAV, Vehículo de Asalto de la Caballería Blindada, surgido al modificar el Transporte de Personal Blindado (APC) M-113 con blindaje anti-RPG en los flancos, un escudo antiminas en el suelo, una cúpula blindada para la Browning calibre 50, y dos ametralladoras adicionales M-60 una a cada lado. Con los ACAV la infantería americana estaba dotadas de una movilidad y de una potencia de fuego contra la que no tenían antídoto los guerrilleros Viet Minh.
A principios de 1968 los Estados Unidos tenían destacadas en Vietnam muchas de sus mejores fuerzas de tierra: 1ª División de Caballería, la mejor del ejército, 18.647 hombres. 1ª Div. de Marines, 22.466 efectivos. 3ª Div. de Marines, 24.417 efectivos. 101 Div. Aerotransportada, 15.220 efectivos. Divisiones de Infantería del Ejército: 1ª, 17.539 soldados. 4ª, 19.042 soldados. 9ª, 16.153 soldados. 23ª, 15.825 soldados. 25ª, 17.666 soldados.

Unidades de elite: 5º Grupo de Fuerzas Especiales, 3.400 hombres. 11º Regimiento Blindado de Caballería, 4.331 hombres. 173 Brigada Aerotransportada, 5.313 hombres. 199 Brigada de Infantería, 4.215. Más de 184.000 efectivos, a los que añadir el tremendo poder de fuego de las Fuerzas Aéreas, el apoyo táctico de la Armada con sus portaaviones y sus flotillas fluviales, 3.100 helicópteros, y además las fuerzas aportadas por los ejércitos aliados, unidades selectas muy combativas: Fuerza Operativa Australiana, 6.000 hombres. Regimiento de Voluntarios de Tailandia, 2.400 hombres. Corea del Sur: Dos divisiones y una Brigada, 48.800 hombres.

El ejército de Vietnam del Sur contaba sobre el papel con 342.951 soldados regulares, y aunque la inmensa mayoría se encuadraba en unidades poco operativas o incluso sin efectividad para el combate, algunos de sus elementos eran muy dignos de tener en cuenta, en especial la División Aerotransportada (la elite guerrera del país), las dos potentes brigadas de marines survietnamitas y un par de aceptables divisiones de infantería: la 1ª y la 21ª. La acción combinada de todos estos efectivos no resultaba baldía, a todo lo largo de 1967 la ofensiva norteamericana en Vietnam del Sur fue devastadora. En palabras de un mando norvietnamita: “Fue verdaderamente feroz. Parte de nuestro pueblo se desanimó”.

Giap no era un ideólogo cegado por el fanatismo, sino un líder militar cuya competencia nadie discute. Dirigió durante 30 años el ejército de su país, venciendo consecutivamente a franceses, americanos, survietnamitas, camboyanos, laosianos y chinos. Era un militar muy capaz, y en 1967 comprendía con nitidez las nulas posibilidades de éxito que la guerrilla Viet Minh tenía contra la ingente maquinaria militar americana. Pero también sabía que habría elecciones presidenciales en Estados Unidos en 1968, y albergaba la esperanza de que un alzamiento popular generalizado contra el corrupto gobierno de Vietnam del Sur, en quien nadie creía, podría persuadir al nuevo Presidente de replantearse su apoyo a ese régimen desprestigiado y lo abandonaran a su suerte. Ése era el objetivo de Giap, no la victoria material en lo militar, que quedaba fuera de lo posible, sino la victoria fáctica en lo político. Las arengas con que el Partido trataba de enardecer a las fatigadas tropas y a la población civil son eleocuentes: “La Ofensiva General tiene lugar una vez cada mil años. Decidirá el destino del país. Acabará con la guerra. Es el deseo del partido y del Pueblo.” Es decir, se prometía el final del conflicto, del que estaban ya todos hartos. La Ofensiva fue programada para el día 31 de enero de 1968, celebración del año nuevo en el calendario chino, el Tet, efeméride que tradicionalmente suponía una tregua en los combates y en la que se daban numerosos permisos a las tropas para visitar sus familias.

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